martes

Fuera de mí…



Interacciones y reclamos en la obra de Deborah Nofret.

Llega un momento en el que no podemos (enmascarar, atenuar) controlar el dolor, "la certeza, ya casi irrepresentable e indecible, de que se está, pero que ese estar es un estadio de arrojo permanente, una cuestión de incertidumbre, de angustia y desasosiego". Todo comienza a dolerte: "El sentimiento de culpa, el remordimiento, todo comienza a apoderarse de ti, sientes una tremenda explosión interior y todo, absolutamente todo comienza a dolerte". Se hace, necesario, entonces, trasmitir, expresar ese dolor, en una suerte de "exorcismo" liberador. La angustia aflora, irrumpe en un estallido, una explosión que rompe, atraviesa y fragmenta. Las sensaciones se agolpan, los recuerdos, las dudas, la desolación, de un modo en el que se vehicula también la "apertura hacia la libertad entendida como conformación de viabilidad".
En Fuera de mí, la angustia "latente", el dolor "contenido" (de trabajos anteriores), estallan violenta, avasalladoramente. El propio vídeo es como una pregunta, un cuestionamiento incesante, formando parte de ese proceso de búsqueda, de indagaciones constantes, inherente al individuo, esa necesidad (obligada, imperiosa) de buscar otro(s) caminos. El ahogo, la incertidumbre es agonía "existencial" y "creativa", intento de romper con nuestros propios límites, una especie de duelo, de insatisfacción, de reclamo arremete con fuerza contra la imagen, impactan en la retina, hieren y se adentran de modo directo, desconcertante. Deborah Nofret ya no puede volver atrás (rompe sus propias ataduras) y deja que sus manos, su rostro expresen libremente, protagoniza esa fuga abismal ("locura de lo propio"), abierta e irremediable, transgrede todos los espacios y todos los tiempos, viaja hacia el último camuflaje posible. Los pensamientos se agolpan, ideas, recuerdos y presentimientos se dan cita en este espacio, que deviene un singular desafío, un reto no sólo hacia el mundo (hacia el poder y lo establecido cómo órdenes inamovibles), sino hacia el interior del sujeto, los propios dilemas y contradicciones de la subjetividad.
Intensas modulaciones de su imagen, del rostro, la mirada, brazos y manos que se agitan palpando los espacios, deshaciendo contornos en dibujos que conforman un paisaje agónico, vertiginoso, en continuo movimiento, se enfrentan a la irrupción de imágenes estáticas, "nítidas", como expresión de esas contradicciones del "yo", de esas complejas oscilaciones "entre lo interno y lo externo sin que sea enseguida posible alcanzar un punto de equilibrio. Una doble mirada como ha sugerido Derrida, divergente, estrábica: Un juego incesante de aquí y allá tal como Freud intuyó primero. Dentro de nosotros y fuera de nosotros, presencia y ausencia: paradoja de una intermitencia a salvaguardar". Obsesivas apariciones que se oponen y complementan, que interactúan, otorgando nuevas fuerzas al discurso, abriendo necesarios intersticios de comunicación, como parte de este juego de transformaciones característico de su obra, que va, del expresionismo altisonante a un estado de calma alucinada, de fluidez hedonista.
Deborah pareciera alertarnos sobre la necesidad de "estar en vilo, de aceptar este riesgo para evitar el peligro de quedar encerrados en nuestro interior o de quedar extrañados, tapiados en el exterior de nosotros mismos, en frente de una misma prisión. Testigo de los límites entre el "yo" y el mundo (de la fragilidad de nuestros límites), de la distinción espacial entre lo interior y lo exterior, entre lo psicológico y lo antropológico, entre el sujeto y la sociedad, experimenta la milagrosa experiencia de ser mediador de fuerzas apenas vislumbradas, ajenas a la voluntad de todos los planes, como parte de sensaciones aún desconocidas, de evoluciones por siempre impredecibles. El discurso cobra nuevas dimensiones, como si quisiera afianzar el hilo de una incertidumbre primera, ese umbral de indeterminación al que hay que volver, como si quisiera empezar una y otra vez desde cero, partiendo, al mismo tiempo, de aspectos reflejados en etapas anteriores: el complejo diseño de las identidades, las relaciones de "otredad"; el trabajo con términos "prestados", esos trozos inconexos de vida imbricados en el gran mosaico de la existencia cotidiana; posturas críticas frente a la incomunicación en una sociedad tecnológica, hipercomunicada o reflexiones de orden antropológico, social y político.
El rostro, la mirada, expresiones y gestos se dirigen directamente a cada uno de nosotros. Desesperación, asfixia frente al mundo, frente al "otro", frente a los límites (propios y ajenos). Un llamado, enfático y urgente, intenso y ahogado en gritos y frases que no escuchamos: Un "ruidoso silencio" que posibilita la inclusión de reclamos, múltiples, infinitos, que amplía los márgenes de ese desacomodo psicológico (que distingue al cuerpo posmoderno) y que implica la invocación de todas aquellas experiencias, recuerdos, pensamientos que habían permanecido ocultos tras las trincheras de la normalidad. De este modo, se abre una posibilidad, que parte de asumir el propio sentimiento de incapacidad, de agotamiento, insensibilidad y esterilidad en los tiempos que vivimos y desde ahí promover un llamado, una voluntad de acción, un intento por abrirse al mundo o al menos denunciar esta "normalidad" hecha de barreras, ante la que quizás podríamos apostar contra nosotros mismos, abrirnos paso a la locura y arriesgar: "En este ejercicio que es finalmente una pendiente, el "yo" no puede si no retraerse o debilitarse. Locura es esa pérdida de sí por abrirse al mundo. ¿Pero hay otro camino para hacerlo?".
La artista parte de su imagen, al tiempo que se desprende de ella, pierde la propia identidad, para conservar ese "nomadismo perpetuo", como expresión de la "escena siempre provisional y transitoria, que refleja nuestro tiempo sin clausura, sin identidad fija, errante, sin rostro". Trasvestirse, multiplicarse, desdoblarse, desnudarse, ocultarse… La disolución del cuerpo y sus mutaciones deviene interface de conexiones diversas, múltiples. El rostro y el cuerpo como centro, lugar donde acontecen procesos, intercambios, manipulación de referentes o conjunto de reclamos con respecto al mundo que nos rodea. Como tema y significante, como envoltura de la conciencia, como desarrollo de la identidad (testigo, de los límites entre el "yo" y el mundo). El cuerpo entendido como un site, un lugar nada neutral, ni pasivo, sino más bien obsesivo en el que convergen y se proyectan a la vez discursos críticos y prácticas artísticas que nos llevan a hablar de la experiencia individual pero también de un cuerpo social, de un cuerpo rasgado y exhibido como un espectáculo, de un cuerpo político, abierto a la esfera pública de la experiencia.
Ya en momentos anteriores, su rostro, su cuerpo (o algún otro fragmento de su anatomía) habían servido de materia prima: "reproduciéndose en múltiples representaciones manipuladas, integrándose a un profuso entretejido de texturas, diluido en infinitas mediatizaciones de la mágica pantalla" (Ciberidentidades, 2000); "rastreando historias perdidas entre pueblos, atrapada en la arqueología de su espíritu más allá de las acostumbradas expresiones de transculturación afro-antillana" (2002); insistentemente tatuados con códigos de barras, mensajes de texto, teléfonos fantasmáticos profundamente implicada en esa imagen procesual desde una apelación a los rituales (Preferencias Prestadas,(2000-2002); o entregado al rejuego iconográfico basado en la historia del arte (Penitencias, 2003) y a la imborrable secuencia de artistas mujeres representando el cuerpo femenino.
La artista se crea a sí misma, incesantemente, en ese proceso de indagaciones múltiples que comienzan, por cuestionarse a sí misma. Como en las fotografías de Cindy Sherman), utiliza el arte, no para revelar el verdadero "yo", sino para evidenciar como es una construcción compleja, imaginaria y ambigua: "agonía del yo", reconstrucción de la identidad (de los roles y estereotipos femeninos) y su plasmación en el caos: "Un yo que ha estallado en diez mil pedazos y jamás se podrá volver a reconstruir de un modo coherente". De ahí este devenir continuo del cuerpo, del rostro de contornos fragmentados, de superficies y perfiles quebrados, que desaparece, absorbido diseminado, extraviado..., frente a su imagen "nítida", hedonista, "atrapada" en texturas, telas y ropajes, entresijos semánticos y un conjunto de símbolos, luces y sombras, el blanco y el negro. Composiciones donde diversos encuadres, la figura y actitudes de la artista se repiten, insistentes, componiendo una extraordinaria variación de collages (mezcla de figuraciones y abstracciones recreaciones "post-pictóricas"), repeticiones de imágenes o fragmentos, dentro de "este repertorio crecido con tradiciones plásticas recientes -del arte óptico a la imaginería psicodélica- en una suerte de zona cultural "retro" y "post".

El retoque digital y la manipulación infográfica, máximos exponentes de esta representación modificada del cuerpo, erosionan cualquier atisbo de certeza y verdad, bajo esta imagen del cuerpo que ahora ya no se refleja ni reproduce, sino que por el contrario se desvirtúa. El primer plano, el desenfoque, métodos que implican en sí mismos una suerte de transformación en la representación, logran abrir la intensidad de una línea de fuga, de retorno a lo desconocido, liberando a la vida (y la creación) de las coagulaciones que la cercan: "En esa senda el artista evoca siempre la polvareda y el estruendo del combate, de alguien que se aventura fuera de lo reconocible y seguro. Se trata de una violencia que se ejerce, para empezar, sobre sí mismo, sometiendo la propia identidad a un rodeo salvaje para, desde el desierto, realizar una y otra vez la escandalosa elección de una existencia singular que carece de equivalencia".

El rostro, cabellera, manos (esposadas, recubiertas, extendidas), se convierten en manchas, formas, trazos que afianzan y transgreden los límites, bajo "esa extraordinaria locura generalizada, en la cual la frontera entre lo interno y lo externo es un viejo muro que el tiempo no envejece, sino que más bien parece robustecer". Como acertadamente señala Pier Aldo Rovati: "La discreta locura que necesitamos es, por tanto la que nos permite ver (más que sentir) este muro, y quizá llamarlo con su propio nombre. Y luego atrevernos a dar un paso fuera de la norma". Mensaje de liberación necesaria, de espacio para el ser y la forma, de irreverencia para la conducta y disfrute de los sentidos, la obra de Deborah Nofret, persiste en esa actitud "desobediente", en ese proceso de indagaciones, de cuestionamiento incesante, que lleva a "poner en entredicho la realidad", que permite a la vida de cada uno de nosotros abrirse hacia algo.

Wendy Navarro Fernández.
Barcelona, Junio 2005


(Publicado en el catálogo Posthumous Choreographies)
Selección Metoikesis