viernes

VIII Bienal de La Habana. Centro de Arte y Desarrollo de las artes visuales



De la subversión a la penitencia, y viceversa…
"Divino sacramento" en el umbral del tercer milenio”.

En la sociedad actual, "el otro a falta de una prueba comprensible de su identidad, se convence de que no tiene más remedio que integrarse o desaparecer. Ello hace que el arte se convierta en una metodología para recuperar el poder de la auto-representación y la representación del significado (forma)". Trasvestirse, multiplicarse, desdoblarse, desnudarse… La disolución del cuerpo y sus mutaciones deviene interface de conexiones diversas, múltiples. El rostro y el cuerpo como centro, lugar donde acontecen procesos, intercambios, manipulación de referentes o conjunto de reclamos con respecto al mundo que nos rodea. Continuo ensayo sobre el retrato (autorretrato) y las identidades, la obra de Deborah Nofret, establece un juego de transformaciones que va del expresionismo altisonante a un estado de calma alucinada, de fluidez hedonista.
En "estado de penitencia", la artista parte de su imagen, al tiempo que se desprende de ella, pierde la propia identidad, para conservar ese "nomadismo perpetuo", como expresión de la "escena siempre provisional y transitoria, que refleja nuestro tiempo sin clausura, sin identidad fija, errante, sin rostro". Si en momentos anteriores, su rostro, su cuerpo (o algún otro fragmento de su anatomía) habían servido de materia prima "reproduciéndose en múltiples representaciones manipuladas, integrándose a un profuso entretejido de texturas, diluido en infinitas mediatizaciones de la mágica pantalla" (Ciberidentidades, 2000); habían "rastreado historias perdidas entre pueblos, atrapada en la arqueología de su espíritu, más allá de las acostumbradas expresiones de transculturación afro-antillana" (2002); o habían aparecido insistentemente tatuados con códigos de barras, mensajes de texto, teléfonos fantásmáticos, profundamente implicada en esa imagen procesual desde una apelación a los rituales (Preferencias prestadas, 2003); ahora, siguiendo esa especie de obsesión autorreferencial y la expresión de sus más íntimas inquietudes y contradicciones, ensaya el "poder de perdonar los pecados". Una especie de "redención", de oportunidad al cambio y la esperanza que considera necesaria, en los tiempos que vivimos.
La maja, encadenada, inmóvil, extiende su mirada, sus manos esposadas, ofrece su cuerpo y la sensualidad de sus formas, invitando a la liberación de ataduras. El discurso (plasticidad de la imagen) depurado, sutil, cobra nuevas dimensiones, como si quisiera afianzar el hilo de una incertidumbre primera, ese umbral de indeterminación al que hay que volver. Como si quisiera empezar una y otra vez desde cero, partiendo, al mismo tiempo, de aspectos reflejados en etapas anteriores: el complejo diseño de las identidades, las relaciones de "otredad"; el trabajo con términos "prestados", esos trozos inconexos de vida imbricados en el gran mosaico de la existencia cotidiana; posturas críticas frente a la incomunicación en una sociedad tecnológica, hipercomunicada; reflexiones de orden antropológico, social y político, (cuando su rostro se convertía en la mujer afgana o cuando sus mensajes se impregnaban de referentes de la tradición afrocubana).

De las atractivas imágenes de radiantes colores y el llamativo "sortilegio de sus performances cibernéticos", pasa (en su peculiar Penitencia) al blanco y el negro, a la seducción de los tonos sepia, las gradaciones de grises, la magia de luces y sombras, y al rejuego iconográfico basado en la historia del arte (la Maja de Goya, la imborrable secuencia de artistas mujeres representando el cuerpo femenino). La figura y actitudes de la maja, se repiten, insistentes, componiendo en ocasiones una extraordinaria variación de collages (mezcla de figuraciones y abstracciones, recreaciones "post-pictóricas"), repeticiones de imágenes o fragmentos, dentro de "este repertorio crecido con tradiciones plásticas recientes -del arte óptico a la imaginería psicodélica- en una suerte de zona cultural "retro" y "post".
La utilización del cuerpo y el instrumental cibernético (digital) para realizar una expansión de lo fotográfico (como parte de esos territorios "contaminados", estética de la hibridación, que articula lo fotográfico, lo pictórico, lo instalativo o performático) y componer un inmenso fresco que corresponde al (fragmentario) retrato colectivo de una época posthistórica; persiste en la actitud "desobediente", en ese proceso de indagaciones, de cuestionamiento incesante instintivo, que, necesariamente, le lleva a "poner en entredicho la realidad". Penitencia ante el mundo, ante la pérdida de nociones éticas, en un momento en que las llamadas estructuras de poder (políticas, mercantiles) implantan dinámicas de arbitrariedad, de guerra, neocoloniales, cuando prolifera la sinrazón, el descalabro, fenómenos como la "banalización de la política", la "trivialización de la violencia"…. En actitud yacente, esposada (especie de "vía crucis", como "cristo en la cruz"), símbolo de las dolencias del mundo, encarnación de "pecados cometidos", (propios y ajenos), representa (protagoniza) los "actos del penitente": Examen de conciencia, (contrición: dolor del alma y detestación del pecado cometido). Propósito de Enmienda. Confesión. Absolución. Satisfacción.
Penitencia, también, como (castigo, reprimenda), expresión de ataduras y mecanismos de represión, de control, de poder. Desde niños somos dirigidos por sistemas establecidos de control y censura. Prejuicios, controles de la conducta, nos obligan a transitar por terrenos de lo "habitualmente correcto", lo "normal", lo "permitido". Manos, torsos, pies, encadenados, atados (impotencia, quietud, retroceso), hablan de "la dificultad de "ser", de expresar las propias capacidades como gran reto que ha de enfrentar el ser humano en el umbral del tercer milenio". Gigantescos rosarios, cadenas que impiden avanzar, que pesan sobre las manos y la espalda, como reflejo (a su vez) de los propios límites que se impone, en ocasiones, el ser humano, incapaz de ver más allá de lo establecido, impregnado de miedos, debilidades y temores, incapaz de proponerse (o al menos intentar) alcanzar sus propios sueños. Crisis del hombre y la sociedad contemporáneas (que incluyen el mundo del arte).
El arte implica una subversión de valores, un "pecado continuo", un salirse de las normas, una desobediencia, un estado de penitencia (y satisfacción) permanente, abierto e ilimitado, fértil e infinito, en la renovación de sus energías y sus fuerzas. La imagen (penitente) de la artista, conlleva una actitud de entrega, de compromiso, de fe: devoción sentida y definitiva a la creación. Maja/virgen esposada y penitente, idílica devota en su religiosidad, de mirada lejana, inaccesible, y a la vez provocativa, terrenal y lasciva, demoníaca, aparece envuelta en texturas visuales, entresijos semánticos, laberínticos relatos, que refuerzan y ocultan su desnudez, que acentúan la seducción como "transgresión de lo prohibido", la invitación a la reforma continua de ideas y sensaciones. Caer en la "tentación" es un hecho, entonces, inevitable.
De la subversión a la penitencia y viceversa, (del pecado al castigo, a la redención), la obra de Deborah Nofret se adentra (desde una sutileza cada vez mayor), en los umbrales de lo sublime y nos ofrece, como nunca, un espectáculo, un mensaje de liberación necesaria, de espacio para el ser y la forma, de irreverencia (saludable) para la conducta y disfrute de los sentidos. El rostro se levanta, expresando un dolor contenido, una angustia latente, intensa, tras el efecto hipnótico de un hedonismo inquietante. Canto a la libertad frente a la opresión, a la paz frente a la violencia, a la acción frente a la inercia, la resignación, el conformismo, deja que los pensamientos fluyan desde esa condición de ritual, casi chamánica… Mar, arena, océano de manos esposadas, abre el camino, hacia un mundo de posibilidades, en una "invitación a la revuelta", a la rebelión -liberación individual y colectiva-, al renacer espiritual del individuo: "Divino sacramento" en el umbral del tercer milenio.

Wendy Navarro Fernández.
Barcelona, 2004.



Revista Atlántica de las artes, 2004